Este monólogo teatralizable lo escribí hace ya mucho tiempo, lo dejé como aportación en El teatro de la Estación ¡Y una chica lo llegó a hacer! lamentablemente no puede verla.
Aqui lo dejo:
Era de madrugada. Las luces de la policía y el gentío organizado obligaron a Marta a fruncir el ceño... No entendía nada.
Llegó a casa tras una larga noche de trabajo en el Hospital Comarcal de Girona, donde ejercía como doctora de urgencias. Esa noche hubo un accidente terrible, tuvieron que atender a más de 400 heridos por un accidente ferroviario. Aún recordaba los gritos de los padres que habían perdido a sus hijos o la cantidad de mutilados que tuvo que calmar entre palabras y morfina, uno de aquellos turnos de cerrar los ojos y tan solo desear regresar a casa, una casa en la cual, gracias al cansancio y la rutina, cada día se sentía más extraña.
Hacía meses que las cosas entre nosotros ya no funcionaban. Marta pasaba mucho tiempo fuera de casa, su trabajo la absorbía de tal manera que apenas teníamos tiempo para charlar de aquellos proyectos ya olvidados, que antaño habíamos soñado realizar juntos con tanta ilusión. Yo me tenía por una persona noble, intentaba a diario tender el mundo a sus pies, trabajador, atento, jamás le negué ningún capricho. Fui un amigo fiel y colaborador, inteligente y muy, muy cariñoso.
En ocasiones, aquellas noches en las que Marta no tenía guardia, yo intentaba buscar la calidez que solía recordar con melancolía, aquellos momentos en los que ambos jugábamos en la cama hasta que el sol nuevamente aparecía sonriente por nuestra ventana. Recordaba cuando ella solía mirarme fijamente con esos ojos negros que me hacían enloquecer de pasión, cuando ella me hacía un guiño...Era la señal, el comienzo de una intimidad absoluta; esa mirada insinuante, hacía que dejase lo que tuviera en las manos para correr a su encuentro y devorar todo su cuerpo con besos desordenados; luego, siguiendo el juego que nosotros mismos habíamos inventado, nos desprendíamos de la ropa tan despacio, que en mas de una ocasión, bromeaba que a ver si tendría que necesitar los servicios de la Marta-médico aún teniendo el día libre. Carcajeábamos como niños, nuestros corazones se fundían el uno sobre el otro en uno sólo. El mundo desaparecía para nosotros, quedaba como en un segundo plano, el cual mirábamos de lejos. Nuestro silencio entre gemidos, nos instigaba a que rápidamente quisiéramos comenzar un nuevo encuentro, sin apenas terminar el anterior...
¿Qué había pasado?
Cuando la suerte te presenta a alguien maravilloso, la ceguedad de tus instintos convierte ese momento en algo vulgar y seguro. Marta sabía que tenía a su lado a una persona para siempre, complaciente, que la admiraba y sabía atenderla como merecía.
Pero su obsesión por el trabajo, poco a poco, fueron convirtiendo esos encuentros apasionados en cansancio y desgana; múltiples excusas hacían que se sintiera agotada por el trabajo, reuniones, informes en casa...y así fue creciendo la distancia entre ambos. Más por su parte que por la mía.
Esa última noche, quería darle una sorpresa, aparecí en el hospital para llevarle algo de comer y una orquídea (Marta las adoraba). Pero la sorpresa me la llevé yo cuando me dijeron que estaba descansando en uno de los boxes de urgencias. Abrí la puerta con sigilo absoluto y descubrí a Marta con un médico suplente, unidos en un abrazo sobre una de las camas...
Regresé a mi casa.
Al día siguiente, Marta y el mundo, me encontraron tendido en el suelo, con los puños cerrados. En uno de ellos guardaba la orquídea que nunca le di.